Aida González ha hecho patria. Hoy día recuerda cómo empezó su hazaña y en su rostro se percibe alegría.
Y no es para menos. Ella tomó la decisión de enseñarle a leer y a escribir a Alejandro Santos, de 36 años, pero su acción se duplicó. Con su objetivo ya trazado, descubrió que el cuñado y el sobrino de Alejandro eran iletrados. Y los sumó.
González era supervisora de producción en la empresa Arce Avícola, ubicada en Juan Díaz.
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¿Cómo descubrió que algo estaba sucediendo?
Un día le pidió a Alejandro que le trajera tal producto y notó que tenía muchas dudas sobre lo que le habían indicado. Su conducta fue repetitiva por una semana. Días despúes le preguntó si había ido a la escuela. Su respuesta fue que no.
Pese a este hallazgo, la señora Aida optó por enseñarle lo básico, a relacionar las vocales y consonantes para un mejor desempeño en su trabajo e incluso en su vida diaria.
El precio de no saber leer ni escribir
Tanto es así que hoy Alejandro puede contar todos los malos ratos que pasó para abordar un bus en la ciudad.
Diariamente preguntaba para dónde iba ese bus o simplemente aventuraba a ciegas.
Pasaron unos tres meses y el avances de Alejandro era notorio. Era más chispa, un líder. Eso motivó a sus otros dos familiares a aprender más.
En esta etapa, durante una conversación, Aida se entera que en esta casa cinco niños no asisten a clases por temor a andar solos en la ciudad y otras mil excusas.
El reto era mayor, pues había menores de edad que debían estar en un aula de clases. Aida cada vez se sentía más comprometida.
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Al llegar diciembre, se unió con otras personas solidarias y organizaron una fiesta de Navidad para esta familia procedente del corregimiento Cañaveral, distrito de Kusapín, comarca Ngäbe Buglé.
En esta fiestecita contabilizaron que no eran cinco niños si no nueve los que no estaban en la escuela.
Por otro lado, hicieron un enlace con el Ministerio de Desarrollo Social para insertar a Alejandro Santos, Adolfo Viagra cuñado y Eliseo Villagra sobrino en el programa de Alfabetización "Yo sí puedo".
No fue nada fácil, la hija de Aida se ofreció a impartirle las clases en su propia casa y antes de los tres meses, estos ciudadanos escribían su nombre y más.
Para recordar:
"A veces iban remolones para la clases, pero yo les decía que todos estabamos cansados del trabajo, pero había que aprender. Los niños entraron a la escuela y empezamos a capacitar a los adultos. Los agarraba a los tres y les decía, vamos, ustedes sí pueden".
Con todo su corazón, la señora Aida González asumió este caso. Como empresa se le dieron los permisos necesarios para tareas o atención médica. Nos alegra este logro, pues eso representa estabilidad en el trabajador. Eso es una garantía para nosotros en el proceso de producción.
*Vieron las 65 clases en la TV e iban al tablero.